LA GLOBALIZACION DEL FÚTBOL
José Javier Echeverría Barbarin. Presidente Peña “Moisés”
La “globalización económica” como los mundiales de fútbol está basada en la misma PREMISA TEORICA: “ La unión de los ciudadanos del mundo mediante la libre competencia entre los distintos países, sin barreras y sin distinción entre ricos y pobres”.
Esta idílica realidad se trunca cuando los países pobres dejan de serlo y pasan a la categoría de “PAISES EN VIAS DE DESARROLLO”. Esto es, cuando ya no se conforman con estar vistos como yacimientos baratos e inagotables de materias primas.
Mientras los países del Tercer Mundo no dispongan de recursos, de infraestructuras y de autonomía política, que les haga competidores de las Grandes Potencias Económicas, éstas no se verán obligadas a romper la burbuja de jabón en que consiste la idea de la “globalización económica”. Pero ante el más mínimo indicio de pérdida de mercado harán saltar las alarmas y pondrán en marcha todos los resortes del Poder económico: cierre de fronteras a los productos procedentes de los países subdesarrollados (EEUU, Unión Europea); sanciones del Fondo Monetario Internacional (Argentina); bloqueos económicos (Irak, Cuba); golpes de estado (Chile, Venezuela); incluso, conflictos bélicos (Yugoslavia, Irak-Irán). -La tarta del mercado internacional se mira pero no se toca, cuando no estás invitado a la mesa de los países más ricos del mundo-.
En la medida que en el fútbol en general y de los Mundiales en particular, hace tiempo que lo importante no es el deporte sino el dinero que se mueve alrededor, podemos aplicar al mundo el “deporte rey” la misma evolución que la planteada para la Globalización económica.
Aquí la distinción no se hace entre países ricos y pobre, sino que se introduce una nueva manera de repartir los papeles: arriba están los países con “tradición futbolística” y abajo se sitúan aquellos que carecen de ella. Clasificación evidentemente realizada por los primeros. Pero a pesar de ello, podremos descubrir, si prestamos atención, infinidad de similitudes entre la manera de relacionarse unos y otros, bien en un terreno de juego o en cualquiera de las bolsas del mundo.
Ahí tenemos cómo cuando los países donde el fútbol no tenía más terreno de juego que las calles o en el mejor de los casos sólo se practica en los colegios de élite, todo eran facilidades para que sus jugadores recalaran en equipos europeos o suramericanos. Ahora bien, si esa mano, -piernas-, de obra barata se encarece por el incremento de su calidad relativa respecto a los jugadores nativos o por los esfuerzos de los equipos de origen para retenerlos en su seno, surgen los problemas. Por un lado las trabas burocráticas, restringiendo el número de extranjeros en los equipos locales, y por otro, los brotes xenófobos, unas veces alentados y otras consentidos por los dirigentes nacionales. Recibiendo estos clubes, nuevos en el mundillo futbolístico internacional, sanciones ejemplarizantes, por actuaciones similares a las que puedan verse en campos ilustres.
Esta evolución del mundo del fútbol en el ámbito de clubes se repite cuando de selecciones nacionales se trata. Pudiendo constatar como cuando esos países de escasa tradición futbolística hacen presencia en los mundiales en un número reducido, de manera pintoresca, colorista y poco peligrosa para el feudo de los de siempre, todos son facilidades para permitir su acceso a las Fases Finales de los Campeonatos del Mundo, permitiéndoles, incluso, que sean los organizadores de tales eventos deportivos. Eso sí, asesorados y esponsorizados por las grandes multinacionales de siempre.
Pero que ocurre si estos países alcanzan tal nivel deportivo que en su progresión van dejando en la cuneta mundialista a selecciones todo-campeonas-del-mundo (Francia, Italia, Argentina...) y a representantes nacionales de las Grandes Ligas Europeas (España, Inglaterra, Portugal...), depreciando el negocio económico, que no deportivo, del mundial. La respuesta a esta pregunta la estamos viendo en el Mundial de Corea y Japón: saltan las alarmas y se ponen en marcha todos los resortes del Poder político y mediático. ¡HAY QUE RESTITUIR LO QUE SE PUEDA DEL VIEJO ORDEN FUTBOLISTICO MUNDIAL!.
Se designan árbitros de “primer nivel”, esto es, aquellos que saben quien manda. Tienen claro a quién no se le puede sacar la segunda tarjeta amarilla por simular penalti, si ello supone expulsar a la estrella de una de las selecciones campeonas del mundo. Miran para otro lado para evitar tener que pitar un penalti en el último minuto de un partido, aunque éste lo haga el intocable Gran Capitán de la selección de la Liga de las Estrellas y su transformación en gol pueda mandarlos para casa.
Se escenifican vergonzantes dimisiones de altos federativos internacionales de cargos meramente técnicos carentes de Poder político, en desagravio por el trato recibido por su selección. Permaneciendo en aquellos otros cargos que les permitan seguir mangoneando.
Se criminaliza a personas, árbitros y auxiliares, por supuestos errores que, sin que sirva de precedente, se equivocan a favor del débil (fueras de juego contra Italia o España). Mientras se pasa de puntillas por otros errores más evidentes si cabe, en los que el beneficiado es un grande (penalti a favor de Brasil cuando la falta se cometido fuera del área o mano de un jugador de Alemania en la misma línea de gol, evitando que este subiera al marcador).
Se justifican conductas tan repudiables que debieran ser duramente sancionadas, como las mantenidas por algunos jugadores de la selección española como los insultos de Morientes o el intento de agresión por parte de Helguera a un asistente. En su defensa podríamos alegar que no están acostumbrados a que los árbitros se puedan equivocar en su contra, jugando como lo hacen en el todopoderoso Real Madrid.
Parece pues evidente que tanto a los países económicamente pobres como a los que no tengan una historia futbolística que les respalde, solo se les permitirá progresar en la medida que no supongan competencia alguna para los países ricos o con una larga tradición futbolística, según el caso. - Correcaminos nunca estará al alcance del C oyote por mucho que este se esfuerce, se prepare o agudice el ingenio-.
POSTDATA: Aunque por razones de proximidad, que no nacionalismo patrio, me hubiera gustado que la selección española hubiera llegado al menos a semifinales, como paso lógico y razonable para poder en un futuro próximo ganar algún mundial de fútbol, no es menos cierto que tuve cierta satisfacción personal cuando un árbitro, de esos de segunda fila, mal preparados técnicamente y sin experiencia en dirigir partidos de la Liga de Campeones, se atreve a pitar en el último minuto de un partido de octavos de final de todo un Campeonato del mundo un penalti tan claro como difícil que lo hubiera pitado cualquiera de esos “expertos” árbitros europeos de primera línea que van a pitar las semifinales y la Final de este Mundial. Fue bonito mientras duro.